Pero Jonathan sabía que no debía reducir este momento a teorías, porque la ciencia había fallado durante años, mientras que un solo acto de bondad había triunfado.
Los rumores sobre la extraña bebida se extendieron entre el personal; algunos creían que la magia tenía algo que ver, mientras que otros susurraban sobre antiguas tradiciones curativas.
Jonathan confrontó a Marilyn en privado, preguntándole qué le había dado exactamente a su hija y cómo había logrado contactarla cuando innumerables expertos habían fallado.
Marilyn le explicó con suavidad que la bebida no tenía nada de especial, solo hierbas y miel, importante únicamente porque creaba un momento de calma y confianza.
Le dijo que Emma no necesitaba máquinas de terapia ni especialistas caros; necesitaba a alguien que se sentara con su miedo y no apartara la mirada.
Jonathan escuchó en silencio, dándose cuenta de lo mucho que había fallado en comprender el mundo emocional de su hija mientras se ahogaba en el dolor y las frenéticas soluciones.
Consideró despedir a varios miembros del personal por no haber captado las señales que Marilyn percibió al instante, pero ella lo detuvo con suavidad, recordándole que la sanación requería paz.
Durante las siguientes semanas, Emma se aferró a Marilyn, siguiéndola por toda la casa, aprendiendo a hablar en un susurro.
