—Dije: déjalo.
Benjamín caminó hacia el centro de la alfombra. Miró a sus hijos. Miró a Jane, que temblaba ligeramente.
Lentamente, el multimillonario se arrodilló.
No le importaba su traje de 5.000 dólares. No le importaba el polvo. Se arrodilló en la alfombra, a la altura de los ojos de sus hijos.
"¿Papá?" susurró Liam.
Benjamin volvió la mirada hacia Jane.
"Les devolviste la risa", dijo con la voz quebrada y las lágrimas comenzando a caer. "No... no había oído ese sonido desde Amanda..."
No pudo terminar la frase.
La expresión de Jane pasó del miedo a la compasión.
—Tienen una risa magnífica, señor Scott.
Benjamin miró a Mason, Ethan y Liam. Abrió los brazos.
"Los extrañé".
Dudaron un instante. Entonces Mason se arrojó a los brazos de su padre. Luego Ethan. Luego Liam.
Benjamin hundió la cara en sus cuellos, aspirando el aroma a sudor y a la infancia que tanto había extrañado. Sollozó. Lo dejó salir todo: el estrés, la ira, el dolor. Abrazó a sus hijos y, por primera vez en ocho meses, ya no sintió que se ahogaba.
Un nuevo capítulo
Tras un largo momento, Benjamin se secó los ojos. Vio que Jane intentaba discretamente salir de la habitación para darles un poco de privacidad.
"Jane", llamó.
Ella se detuvo.
— ¿Sí, señor?
Benjamín se levantó, alzando a Liam con él. Miró a la joven que acababa de salvar a su familia.
"Ya no eres la señora de la limpieza", dijo Benjamín con decisión.
Jane parpadeó.
"¿Estoy... despedida?"
—No —respondió Benjamin con una sonrisa sincera, una sonrisa que finalmente le iluminó el rostro—. Eres la niñera. O la criada. Lo que prefieras. Y te doblo el sueldo. Pero con una condición.
"¿Cuál?" preguntó Jane asombrada.
Benjamín recogió una de las espátulas del suelo y se la entregó a Jane.
—Debes enseñarme a ser el sheriff.
Los niños gritaron:
— Papá, ¿quieres jugar?
—Sí —respondió Benjamín—. Sí, de verdad que quiero.
Jane sonrió, con los ojos llenos de lágrimas.
—Muy bien, sheriff. Pero primero tendrá que atrapar al caballo.
Durante el resto de la tarde, las llamadas desde Manhattan iban directamente al buzón de voz. La Bolsa de Valores cerró sin que Benjamin Scott mirara las pantallas. En un jardín de invierno en Greenwich, un padre gateaba a gatas, persiguiendo a sus hijos, reconstruyendo su vida, carcajadas tras carcajadas.
Sabía que el dolor de perder a Amanda nunca desaparecería por completo. Pero al mirar a sus hijos, comprendió que el silencio se había roto. Y juró no permitir que volviera jamás.