Esa noche, cuando todos dormían, entró sigilosamente a la habitación de Sofía y le llevó un poco de pan y leche. La niña sonrió entre lágrimas y susurró, “Gracias, no le digas a ella.” Ese momento de complicidad marcó el inicio de un lazo que ninguna crueldad podría romper. Mariana comprendió que su deber más allá de limpiar la casa.

Debía proteger a esa pequeña que había sido privada de amor. Con el paso de los días, Alejandro seguía ausente, ajeno al dolor de su hija. Para él, Victoria era la esposa perfecta que cuidaba de la familia. Pero Mariana empezó a sospechar que detrás de esa fachada había un interés más oscuro. Escuchó conversaciones a medias, frases lanzadas al aire como, “Mientras él crea que todo está bien, yo tengo el control de todo lo que entra y sale de esta casa.
” Cada palabra confirmaba que no solo se trataba de maltrato, sino de un plan calculado para manipular la voluntad de Alejandro. La situación se volvió insoportable cuando frente a Mariana, Victoria señaló con el dedo a Sofía y gritó. No llores más. Eres una vergüenza para esta familia. Mariana, con el corazón latiendo con fuerza, tomó en brazos a la niña y respondió con voz firme.
Ella no es una vergüenza, es un ser humano que merece respeto. El silencio la sala fue interrumpido por la risa sarcástica de Victoria. Tú no sabes con quién te estás metiendo. En ese instante, Mariana entendió que la batalla sería más peligrosa de lo que imaginaba. El desprecio de victoria hacia Sofía aumentaba cada día, mientras Alejandro seguía ignorando los signos evidentes.
Mariana se debatía entre denunciar la situación o esperar el momento exacto para confrontar al padre. Sabía que un paso en falso podía costarle el empleo o algo peor, perder el único refugio que Sofía había encontrado. Era un dilema lleno de miedo, pero también de convicción. Si la historia te está gustando, no olvides darle like, suscribirte y comentar qué te está pareciendo.