Una canción familiar en la orilla
Entonces, una tarde de finales de verano, todo cambió.
Emily caminaba sola por Venice Beach , intentando calmar sus pensamientos. El atardecer teñía el cielo de dorado y naranja, y el aire vibraba con las risas y la música de los cafés cercanos.
Estaba a punto de regresar cuando vio a una niña jugando cerca de la orilla: una figura menuda con las piernas cubiertas de arena y el cabello rubio recogido en una coleta torcida. La niña tarareaba suavemente mientras construía un castillo de arena.
Emily se quedó paralizada. Esa melodía... era la canción de cuna que le cantaba a Lily todas las noches.
Su corazón latía tan fuerte que le dolía. La niña se giró ligeramente, dejando al descubierto un pequeño hoyuelo en su mejilla izquierda.
Emily se quedó sin aliento.
"¿ Lily? " susurró, el nombre temblando en sus labios.
La niña miró hacia arriba.
Y sonrió.
El hombre de las gafas de sol
Por un instante, Emily no pudo moverse. Todo a su alrededor se desvaneció: las olas, las voces, la música.
La niña parecía un poco mayor ahora, quizá de nueve años, pero sus manos, su postura, su suave zumbido… todo parecía igual.
“¿ Lily? ” Emily volvió a llamar con voz temblorosa.
La chica se giró por completo. Sus ojos azules se abrieron de par en par, inseguros. Entonces, una voz masculina cortó el aire.
"¡ Sarah! ¡Ven aquí! "
La cabeza de la chica se giró bruscamente hacia el sonido. Un hombre alto estaba a pocos metros de distancia, con gafas de sol, aunque el sol casi se había puesto. Sostenía una toalla y un cubo pequeño.
A Emily se le aceleró el corazón. "¿Dónde la encontraste?", preguntó. "¡Es mi hija, Lily Brooks! ¡ Desapareció hace dos años del centro comercial Santa Mónica!"
El hombre apretó la mandíbula. «Te equivocas», dijo con firmeza. «Esta es mi hija, Sarah ... La estás asustando».
La niña —Sarah, como la llamaba— se quedó paralizada, con los ojos abiertos y las manos temblorosas.
Emily dio un pasito hacia adelante. "Cariño, soy yo", dijo en voz baja. "Soy mamá".
El hombre se movió rápido, con aire protector. "¿Hay algún problema?", espetó.
La voz de Emily se quebró. «Por favor, solo escucha. ¡Es mía!».
El hombre agarró la mano de la niña. "Nos vamos".
Emily se abalanzó. "¡ No! ¡No la toques! ", gritó.
La gente cercana se giró para mirar. Alguien gritó, preguntando si todo estaba bien. El hombre empezó a jalar a la niña hacia el estacionamiento. Emily corrió tras ellos, gritando pidiendo ayuda.
En cuestión de minutos, llegaron dos agentes de patrulla. Separaron a todos e intentaron calmar la situación.
Esperando la verdad