Ella sintió que se le desmoronaba el mundo. Tal vez se había equivocado. Tal vez era solo un desconocido con una postura parecida. Pero entonces, sin saber de dónde sacó el valor, Mariel dio un paso más cerca y dijo con lágrimas ya rodando por las mejillas. Soy yo, Mariel, de Culiacán. Daniel es nuestro hijo. El hombre frunció el seño, como si estuviera haciendo un esfuerzo enorme por recordar.
abrió la boca, la cerró, volvió a abrirla y entonces, con una voz rasposa y rota por el tiempo, murmuró algo que Mariel nunca pensó que volvería a escuchar. T debía un viaje al mar. Las piernas de Mariel se dieron. se cubrió la boca con las manos soyloosando mientras la gente alrededor empezaba a notar que algo estaba pasando.
Ese hombre descalso, destrozado por el tiempo, con ropa rasgada y una vida entera borrada de la memoria era José Luis, su esposo, el padre de Daniel. El hombre que había desaparecido 35 años atrás, camino a esta misma ciudad. La amiga de Mariel fue la primera en reaccionar. se acercó corriendo confundida tratando de entender qué estaba pasando.
Mariel apenas podía hablar entre soyosos, señalando al hombre y repitiendo, “Es él. Es él. Es José Luis.” Algunas personas que caminaban cerca se detuvieron, curiosas, formando un pequeño círculo alrededor de la escena. El hombre seguía parado en el mismo lugar con los ojos fijos en Mariel, como si estuviera tratando de armar un rompecabezas con piezas que no encontraba.
No decía nada más, solo la miraba con una mezcla de confusión y algo que podría ser reconocimiento, o tal vez solo el eco de un recuerdo que no lograba alcanzar. Un policía municipal que hacía ronda por el malecón se acercó al ver el grupo de gente. ¿Qué pasa aquí? preguntó con tono rutinario, pero al ver a Mariel llorando y al hombre en situación de calle, su expresión cambió.
La amiga de Mariel trató de explicar. Ella dice que este señor es su esposo, que desapareció hace más de 30 años en Culiacán. El policía miró al hombre, después a Mariel y frunció el ceño. No era la primera vez que veía casos raros en el malecón, pero esto era diferente.
Pidió refuerzos por radio y le dijo a Mariel que tendrían que ir a la delegación para hacer un reporte formal, que no podían resolver nada ahí en la calle. Mariel asintió sin soltar la mirada de José Luis. Él no se resistió cuando el policía le pidió que los acompañara. Caminó despacio, arrastrando los pies descalzos por el pavimento con esa misma postura de siempre.
Brazos rectos, manos abiertas, como si no supiera qué hacer con su cuerpo. En la patrulla, Mariel se sentó a su lado sin tocarlo todavía, solo observándolo de cerca. podía ver las cicatrices en su piel, las marcas de años viviendo a la intemperie, las venas marcadas en las manos delgadas. Quería abrazarlo, pero algo la detenía.
No sabía si él la recordaba realmente o si solo había repetido esa frase sobre el mar porque estaba grabada en algún rincón profundo de su cerebro. En la delegación, los agentes tomaron los datos de Mariel. Nombre completo. Dirección en Culiacán. número de contacto. Ella les explicó la historia desde el principio.

La desaparición en 1986, las búsquedas, el reporte que había hecho en su momento, la declaración de ausencia firmada años después. Mostró su credencial. Sacó fotos de su celular donde aparecía la foto vieja de José Luis, esa tomada en el taller y se la enseñó a los policías. Uno de ellos comparó la imagen con el hombre sentado en una silla al otro lado del escritorio. Y aunque las diferencias eran enormes, había algo en los rasgos que coincidía.
“Vamos a necesitar más que una foto”, dijo el agente con cautela. “Esto tiene que pasar por un proceso formal de identificación. Decidieron llevar a José Luis a un hospital público de Mazatlán para evaluación médica y psicológica. Mariel insistió en acompañarlo y los agentes aceptaron. En el hospital, un médico general revisó primero su estado físico.
José Luis estaba gravemente desnutrido con signos de deshidratación crónica, problemas en la piel por exposición solar prolongada y varias infecciones menores en los pies por caminar descalso. Le hicieron análisis de sangre, le tomaron radiografías del cráneo y encontraron evidencia de un traumatismo antiguo en la región temporal izquierda con fracturas consolidadas que correspondían a un golpe fuerte décadas atrás.
El médico anotó todo en el expediente y llamó a un psiquiatra para evaluación complementaria. La psiquiatra que lo atendió era una mujer de unos 50 años con voz tranquila y modales pausados. Le preguntó a José Luis su nombre y él respondió, “Luis.” Le preguntó de dónde venía y él dijo, “No sé.