Un sedán negro con los vidros polarizados apareció de la nada girando bruscamente en la esquina. Manuel por instinto agarró a Leo y lo empujó hacia la cera usando su propio cuerpo como escudo. El coche no frenó. El impacto fue brutal y seco. Manuel recibió el golpe de Ileno lanzándolo varios metros por el aire. Leo, protegido por su padre, solo fue rozado, pero el golpe lo hizo caer y su cabeza se estrelló contra el concreto. Lo último que vio antes de que todo se volviera negro fue el coche
acelerando y desapareciendo a lo lejos.
De vuelta en el hospital, la lejía de Ricardo se había convertido en una ansiedad creciente. Leo y su padre llevaban una hora de retraso. Marcó su celular de Manuel una y otra vez, pero solo saltaba el buzón de voz. La preocupación se convirtió en un nudo frío en su estómago. Se asomó a la habitación de Sofía. La niña miraba la puerta expectante esperando a su amigo. El corazón de Ricardo se encogió. Fue entonces cuando su
teléfono sonó.
Era un número desconocido. Hablo con el señor Ricardo Castillo. Sí, soy yo. Le llamamos del Hospital General de Exoco. Se trata de Manuel y Leo Garcés. Estaban en su lista de contactos de emergencia. Tuvieron un accidente, un atropello y fuga. El mundo de Ricardo se detuvo. El teléfono se le resbaló de las manos y cayó al suelo con un ruido sordo. "No, no, no puede ser", susurró, su rostro perdiendo todo color. Se apoyó contra la pared, las
piernas temblándole, incapaz de sostenir su propio peso.
Las palabras de Amalia resonaron en su cabeza como una sentencia de muerte. Tu sentimentalismo te va a destruir. Esto no era un accidente, era una ejecución. Tropezando, entró de nuevo en la habitación de Sofía. Estaba destrozado, ahogado en una mezcla de culpa y una furia tan intensa que lo dejaba sin aliento. Se arrodilló junto a la cama de su hija, sin saber qué hacer, sin saber a quién llamar primero. "Leo", dijo su voz rota por el dolor.
"Leo tuvo un accidente." Sofía, desde la niebla de su coma, vio el rostro de su padre descompuesto por el dolor. Vio la desesperación en sus ojos. una desesperación que ella reconocía, la misma que había visto en el espejo de su propio silencio durante 5 años. Escuchó el nombre de su amigo Leo y la palabra accidente, y en ese instante, algo en lo más profundo de su cerebro, una conexión primordial entre el amor por su padre y el amor por su amigo, hizo corto circuito.
El instinto de proteger, de consolar al único padre que le quedaba, la necesidad de saber qué le había pasado a su salvador fue más fuerte que el trauma que le había mantenido prisionera. Luchó contra la niebla, contra el silencio. Sus labios que no habían formado una palabra en media década temblaron. Forzó el aire desde sus pulmones, un esfuerzo sobrehumano y con una voz rasposa, frágil, pero perfectamente clara, hizo la pregunta que lo cambiaría todo. Papá, ¿dónde está Leo?
Ricardo levantó la cabeza de golpe. Su propio dolor olvidado por un instante. No podía creer lo que había escuchado. Sofía susurró su voz temblorosa. Hablaste. Ella lo miró. Sus ojos, antes nublados por el coma, ahora estaban claros, enfocados y llenos de una angustia que él comprendía perfectamente. Repitió la pregunta. Cada sílaba un esfuerzo monumental pero inconfundible. Papá, ¿dónde está Leo? Fue un milagro nacido de la tragedia. La conmoción por el peligro de su amigo había sido la llave final que abrió la cerradura de su silencio.
Ricardo la abrazó soyosando en su cabello una mezcla desgarradora de alegría y desesperación. Está en el hospital, mi amor", le dijo su voz ahogada. "Pero va a estar bien. Te prometo que va a estar bien." En ese momento, la promesa que le hizo a su hija se convirtió en su única misión. Dejó a Sofía al cuidado de una enfermera de confianza y se transformó. El millonario afligido desapareció y en su lugar surgió el depredador
de los negocios.
El hombre que no aceptaba un no por respuesta. Usó su poder y su furia como un arma. Movilizó a su equipo de seguridad con una sola orden. Encuentren ese coche. Encuentren al conductor. No me importe el costo. Mientras tanto, se aseguró de que Manuel y Leo fueran trasladados a la misma suite de lujo de su hospital, atendidos por el mejor equipo de neurocirujanos y traumatólogos del país. Manuel, el padre de Leo, había
sufrido múltiples fracturas, pero sobreviviría.