Una señora de la limpieza es dada por muerta... hasta que el millonario descubre la impactante verdad.
Nadie entendió la desaparición de la señora de la limpieza.
Ni el portero, ni los guardias de seguridad, ni la ama de llaves de la mansión. Simplemente no se presentó a su turno de las seis de la mañana, y eso, de por sí, ya era muy extraño.

Porque doña Rosa nunca faltó un día.
Nunca llegó tarde.
Nunca se fue sin avisar.
Ella era el tipo de persona que te lo haría saber incluso si fuera a morir.
"Debió haber encontrado otro trabajo", murmuró la criada, encogiéndose de hombros, intentando disimular una pizca de irritación.
"O se cansó de ti", bromeó uno de los guardias de seguridad, pero nadie rió.
A quien no le hizo ninguna gracia fue a Arthur Monteiro, el millonario.
El hombre que, a ojos de la ciudad, lo tenía todo: empresas, mansiones, vehículos blindados, columnas sociales, entrevistas en revistas de lujo.
Pero dentro de aquella enorme casa, sólo dos cosas le importaban de verdad: su hijo Lucas, de seis años…
…y la mujer que lo cuidaba como si fuera de su propia sangre.
Señora Rosa.