El día que todo cambió
Lo último que Emily Brooks recordaba de aquella tarde era el sonido del agua corriendo y la risa de su hija resonando en las paredes de azulejos del baño del centro comercial.
Era un sábado soleado en Santa Mónica , uno de esos días en que la brisa marina traía el olor a sal y protector solar hasta el centro comercial.
Emily había llevado a Lily, de siete años, a tomar un helado después de la clase de piano, prometiéndole que pasarían por la tienda de vestidos a buscar algo bonito para su próximo cumpleaños.
El día se había sentido sencillo, normal, hasta que dejó de serlo.
Dentro del baño, Emily ayudó a Lily a lavarse las manos pegajosas. Por un instante, se giró para tomar una toalla de papel. Cuando volvió a mirar, Lily ya no estaba.
Al principio, Emily pensó que su hija había entrado en un cubículo. La llamó por su nombre, riendo nerviosamente. Luego, la risa se convirtió en gritos, y los gritos en pánico.
Las imágenes de seguridad mostraron más tarde a Lily saliendo del baño, pero lo que siguió se volvió confuso.
Una cámara captó el borde de la manga de un hombre, con una gorra de béisbol baja. Otra cámara se apagó justo en el momento en que Lily desapareció entre la multitud.
Dos años de silencio
La investigación consumió la vida de Emily. La policía registró cada rincón, interrogó a todos los testigos e incluso vació una fuente cercana. Dos meses después, la pista se perdió. Las llamadas dejaron de llegar.
Su esposo, Mark , intentó mantenerse fuerte, pero el dolor los separó. Para la primavera siguiente, se mudó.
Emily pasó los dos años siguientes viviendo como una sombra, atrapada entre la culpa y la añoranza. Deambulaba por el mismo centro comercial, visitaba el mismo baño y repasaba cada recuerdo.
Se unió a grupos de apoyo para padres de niños desaparecidos y mantuvo la habitación de Lily intacta, con su mochila rosa aún colgada en la puerta.
Una canción familiar en la orilla