Un día, la salud de Amma comenzó a deteriorarse.
Llamó a Priya, tomó su mano con dedos temblorosos y susurró:
“Gracias, hija mía… Pero hay algo que nunca te dije.”
Priya se inclinó más cerca, conteniendo la respiración.
Amma habló suavemente:
“Cuando su marido solicitó el divorcio, me pidió que firmara los papeles.
Me negué y él se marchó furioso.
Hace unos años…tuvo un accidente.
Él falleció.
Sus cenizas fueron enviadas desde el extranjero… Las guardé bajo el altar”.
El corazón de Priya se hundió, pero no hubo más lágrimas.
Entonces Amma añadió:
En el armario está la escritura del terreno. Ahora está a tu nombre.
Nunca tuve hijas, pero tú siempre has sido mía.
Amma falleció en paz.
En el funeral, todo el pueblo acudió a despedirse.
Todos lloraron cuando vieron a Priya arrodillada junto al ataúd, un dolor silencioso brotaba de lo más profundo de su alma.
Días después, Priya abrió el armario.
Junto con la escritura, encontró una cuenta de ahorros: más de dos millones de rupias.
Amma había estado ahorrando en secreto durante años:
alquilar la parte trasera del terreno, vender un pequeño huerto, reservar dinero de su pensión, todo a nombre de Priya.
En el primer aniversario de la muerte de Amma, Priya renovó la casa.
Abrió una pequeña tienda en el patio delantero y la llamó:
“La casa de avena de Amma”.
Los clientes pagaron lo que pudieron.
Algunos no pagaron nada en absoluto.